21 años

Hoy duermo en la habitación donde hace 21 años prácticamente le arrancaron el alma a mi abuela. Si las paredes hablaran...

Trato de imaginar el dolor que vivió mi familia. Es inimaginable.

Me convenzo pensando que todo en la vida pasa por algo y aún así no puedo entender semejante atrocidad.

No, no existen motivos racionales para quitarle la vida a una persona.

No creo que llevar en la conciencia el peso de haber cometido un asesinato se compare con el dolor de que hayan asesinado a tu vecina, a tu amiga, a tu tía, a tu vieja o a tu hija.

Una persona que tiene las agallas de cometer semejante acto no tiene conciencia.

Quien haya callado verdades y crea que aquella persona no tiene la conciencia limpia está ayudando básicamente a limpiarla con sus propias manos.

Acá no hay conciencia que pese ni diosito que castigue.

Acá lo que hay es un asesinato más sin resolver, una familia sin justicia, un asesino que respira el aire que le quitó aquella noche a mi abuela, personas que actuaron imprudentemente, testigos que dudaron, mintieron y hasta callaron.


Abuela, toda la familia carga el peso de tu ausencia.

Es admirable cómo los que más te sufrieron lograron salir adelante.

Y como yo, la generación que no conociste creció sabiendo lo que es la injusticia.


Y callo desde ya a todas las bocas sucias: en esta familia jamás se va a perdonar ni mucho menos olvidar.

(Antonella Delfino, 6 de enero de 2011)

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