El Seco y yo



El Seco Gómez y yo nos conocemos desde siempre. No somos amigos, ni parientes, ni vecinos, aunque nacimos en el mismo pueblo, tenemos familiares en común y compartimos algunas convicciones.

No voy a detenerme en nuestras diferencias y nuestras similitudes. Baste decir que el Seco es uno de los fundadores de los Fueguinos Autoconvocados, con los que estoy en desacuerdo cada dos por tres, y que tiene un origen bien proletario, como el de mi familia paterna. Tanto los Gómez como los Muriel estaban entre los pobres de aquella Ushuaia "de antes", familias de laburantes, de inmigrantes del otro lado del océano o de la cordillera, de poner el hombro. Tanto el Seco como yo somos habitantes del pueblo chico que pervive dentro de esa ciudad de casi cien mil habitantes.

Hace muy poco, después de haber pasado Nochebuena en la misma, larga mesa, me llegó su solicitud de amistad. Dudé: varios de los contactos del Seco –en los pueblos todo se sabe– sostienen la idea de que los asesinos de mi madre no son los asesinos de mi madre. De que una cuestión pública, un homicidio, es en realidad una cuestión privada, que atañe sólo a las familias involucradas: la mía y la de los asesinos (¿no es que no lo eran?), que estuvieron ligadas durante mucho tiempo.

Igual le dije que sí. No lo conoceré mucho, pero lo juno al Seco. Soy hija de mi padre, que me enseñó a confiar primero y a preguntar después. Soy sobrina de un concuñado del Seco. Soy prima de los primos de sus hijos. ¿Qué riesgo habría en aceptar su solicitud? ¿Que una gente que está equivocada leyera algunos comentarios en mis fotos? ¿Que se compartiera lo que ya es público? Si acepté a gente que no vi en mi vida, ¿cómo no iba a aceptar al Seco, al que conozco desde que tengo memoria, sólo porque algunos de sus contactos desconocen una verdad, por más que esa verdad sea una de las pocas que tengo?

Pasa que, como el Seco, soy una militante. Como el Seco, milito porque nuestros pibes tengan un lugar mejor, y lo tengan en Ushuaia.

Esta militancia mía, tierna, tibia, tardía y errática, nació de esa verdad: yo sé quién mató a mi vieja.

Lo saben también todos en el sistema judicial, cada policía al que le preguntes, los testigos, muchísimos fueguinos, unos cuantos porteños. No es que sea muy útil saberlo. No pasa nada. Uno sabe y listo.

Uno se mira en el espejo durante años, sabiendo y listo. Mientras, pasan cosas. Matan a alguien más. Tita Cárdenas. No se resuelve. Mary Cañete. No hay sospechosos. Oscar Vouillez. Sin condena. María Mabel Almada. Y uno, una, que sabe, le pide a una amiga que le pinte dos palabras en una remera: fue bernardo. Uno, una, se pone esa camiseta como un germen de militancia y ya no se la puede sacar. Más aún: encuentra en la prenda un canal para decir, para juntarse con otros, para que se sepa. Pero no sólo para que se sepa quién fue; para que se sepa que si es fácil matar –o mandar a matar– a alguien en Tierra del Fuego y no pagar por eso –Eugenie Posleman y Teresa Luizón–, porque el pueblo es cómplice , porque más vale no meterse –Antonio Toledo–, porque por algo habrá sido –Claudio Prada–, no será fácil hacer que nos olvidemos y dejemos de reclamar justicia, se haya tratado o no de nuestra madre, de nuestro amigo, de nuestra compañera de laburo. Los que se ponen la remera no piden justicia para mi madre: exigen justicia para sus hijos.

Total, que con esto de las remeras me he ganado apoyos entusiastas y discretas disidencias. Era hora.

Y viene el Seco y me manda la solicitud de amistad, y le digo que sí, y nos chusmeamos las fotos. Para qué tiene uno facebook, si no.

El fin de semana subí como sesenta fotos a mi álbum "allá lejos y hace tiempo", fotos mías, de mis hermanos, de mi mamá, de mi papá. Los amigos y conocidos, chochos: que cómo nos divertíamos, que yo tenía pelo y todo, que mirate los cachetes, que el de atrás es mi viejo, que te acordás, hermano.

En una de esas aparece el Seco y me dice que una foto lo emocionó, que quiere compartirla, que si no me molesta. Claro que no me molesta. A mí también me emocionó estos días esa foto que tengo vista desde siempre: mis padres, muy jovencitos, en un baile, abrazados a un tipo con cara de bueno; los tres sonrientes. No fue la imagen, sino el reverso: dice "con Tucky, 28/3/71". Tuqui, me contó mi vieja cuando yo era chica, era un gran amigo al que se llevaron los milicos. Sigue desaparecido. A mí –que nací en octubre del 71– me llamaba la atención no conocerle la cara al gran amigo, pero en el relato de mi vieja había un pedido doloroso de silencio y nunca pregunté. Y tanto tiempo después abro una caja, saco una foto, miro el reverso y me entero de que ese es Tuqui, abrazado a mis padres embarazados.

Y viene el Seco emocionado y me la pide, y emocionada le digo que sí y sigo en la máquina un rato.

El Seco, el fueguino, el que conozco desde siempre, el de los contactos negadores, cuelga la foto y agrega: ESTA FOTO NO LA TENIA REGISTRADA, LA PEDI Y ME LA PRESTARON Y LA PONGO PARA QUE  VEAN A ESTAS BELLAS PERSONAS, DE LAS QUE SOY Y SERE SIEMPRE AMIGO, ES UN HONOR PARA MI, SECO GOMEZ. Es viernes a la noche y nadie le dice nada. Pasa un rato. La cuelga otra vez. Sin comentarios. Cuando me voy a dormir, la foto está colgada cuatro veces seguidas en el muro del Seco. Cuando me levanto van cinco; el nuevo epígrafe reza: ESTE ES UN BELLO RECUERDO DE TRES GRANDES AMIGOS, FUE UN HONOR SER SU AMIGO, PARA AQUELLOS QUE NO LOS CONOCEN SON RAUL MURIEL, EL TUKI NEWBOUND Y MARTITA TRABUCHI, UN GUSTAZO VER ESTA FOTO, ME TRAJO MUCHOS BELLOS RECUERDOS, TRES PERSONAS Y ESTA EN NOSOTROS QUE SEPAN QUIENES SON ESTAS PERSONAS. SECO GOMEZ.

Silencio de radio. Silencio sepulcral. Silencio.

Al principio pensé que al Seco se le habían ido los deditos, que no se daba cuenta y seguía subiendo la foto una y otra vez. A eso de la tercera se lo comento a un amigo que disiente: él sabe perfectamente lo que está haciendo, dice.

¿Vos decís?

No, yo sé.

Y era verdad, nomás. Me di cuenta cuando en su muro no se veía otra cosa que la imagen repetida. El Seco, el militante, estaba insistiendo. Ocho veces colgó el Seco la foto y ni un me gusta, ni un qué tiempos aquellos. El Seco sabía perfectamente, quizás no lo que (no) iba a pasar, sino que su lagrimón de amigo era mucho más cierto si lo convertía en un acto político, por modesto que fuera. Cargando esa foto y volviéndola a cargar se estaba poniendo del lado de la justicia. Se incluía entre los no indiferentes, los no equivocados. Se jugaba. Estaba poniendo en evidencia a todos los calladitos.

Tres personas que quiero, pero miren, dice el Seco: acá, una víctima del terrorismo de estado. A un lado, una víctima de un homicidio no resuelto. Al otro, un gran tipo al que intentaron endilgarle el homicidio.

Acá les muestro lo que no quieren ver, contactos. Acá los tienen, ocho veces.

Cuando no digo nada no es porque el silencio me parezca sano, es porque soy hombre de pocas palabras.

(Roxana Muriel, 25 de enero de 2011)

qué es esto

Esto es el germen de una militancia. Diría que no sé más, pero no es verdad: sé que fue Bernardo.